VALENTIN DE PEDRO



El que no haya estado en Mallorca, no puede comprender la emoción de estos árboles que cubren las montañas y crecen hasta entre las rocas.

Sus troncos, nos obsesionan bien pronto, como si fueran genios del bosque que han adoptado estas formas tan extrañas, estas retorcidas actitudes inverosímiles. Y pensamos, con una mezcla de curiosidad y temor, que por las noches recobrarán su verdadera individualidad y el bosque hospedará a todos sus inquilinos fantásticos. Si algún pino encontramos en el camino, nos hace el efecto de una hembra, de talle esbelto y alto, y que están aquí junto a ella los machos cabríos de los olivos, retorcidos de lujuria por su presencia inviolada. Por eso, a cada paso, vamos intimando con el arte de doña Pilar, como familiarmente la llaman en Valldemosa.

Pinta los olivos con una pasión que raya en la locura, febril por arrancar su secreto a la naturaleza inimitable; y no es que solo pinte olivos, sino que esta parte de su obra es acaso la más interesante, pues nos descubre un gran espíritu de recóndita inspiración, que sabe crear y ver la naturaleza de una manera personal.

Toda su obra revela un alma lírica, encantada ante el deslumbramiento de colores de la Isla maravillosa. Su cuadro de la catedral, nos dice su fina visión, la poesía de su manera de mirar; este estupendo monumento gótico, tan grácil y a la par tan majestuoso, se nos figura una palma sobre el verde del mar...

                                                                                Valentín de Pedro
                                                                               Mallorca, abril 1918