EUGENI D'ORS a Pilar (A la Cartoixa de Valldemossa, 21 d'agost de 1920)








Pilar es una llama. Tiene de la llama la tenuidad, el brillo y, a veces, la palidez azul, centrada por una fina rubicundez.

Se mueve, ligera y vacilante, sobre las cosas. Danza entre ellas, trémula de inquietudes.

Ahora se agacha, y parece a punto de morir.

Ahora se yergue; y, en un elástico serpenteo crepitante, se lanza, como si quisiera alcanzar el cielo.

En ocasiones se deja encerrar en la lamparilla doméstica de la vela enfermiza. Luego salta, libre, y ronda solitaria los lugares del romanticismo nocturno, así un fuego fatuo.

Como la llama, todo lo purifica. Tras de mi silla, en la celda de la Cartuja, hay un ladrillo que tiene marcada la huella de las patas del diablo. Pero yo he visto a Pilar pasar sobre él, pasar sin pasar, en uno de sus ígneos giros. Y ya sé, confiado, que cualquier maleficio está deshecho.

Aquí vivió un año Rubén Darío. Como todo el mundo, debió de tener el gran poeta aspectos mediocres o ridículos en la intimidad. Ninguna anécdota sobre esto ha subsistido aquí. Ha quedado la imagen del genio, que fue grandeza, y la de su vicio que fue una manera de grandeza también.

De la prosa, de lo cotidiano mezquino, nada ¿cómo es esto? El espíritu de Pilar ha pasado. Ha pasado la Pilar-llama, y ha consumido en su ardor noble cuanto era bajo o feo.

Llama dulce, llama amiga, en las tempestades de mañana, te divisaremos, desde la lejanía, como una lucecita de puerto que hay que dejar atrás, pero dispensadora de consuelo y seguridad con solo saber que existe.



                                                                                                         Xenius