Introducción




No es poca la literatura publicada alrededor de Pilar Montaner. Sobre su enorme espíritu escribieron autores de la talla de Rubén Darío, Unamuno, Azorín, Gabriel Alomar o Eugeni d'Ors, y su capacidad artística fue venerada por algunos de los mejores pintores de la época y por muchos de los que protagonizaron la cultura y el buen saber en ese tiempo extraño que les tocó vivir. Sorolla, Toni Ribas, Anckerman, Rusiñol, Anglada Camarasa, Toni Gelabert, John Singer Sargent, el Archiduque Luis Salvador y todos los que tuvieron voz en la Mallorca de principios de siglos XX admiraron la excelente obra pictórica y los ademanes de esta increíble y menuda mujer.

Pero a diferencia de todos los nombres citados, el suyo no encabeza enciclopedias ni aparece citado en los libros de texto. La explicación tal vez pueda encontrarse en una concatenación de graves problemas personales, que empezó con la ruina sobrevenida de su familia y que se prolongó con la enfermedad y muerte prematura de la mayor parte de sus catorce hijos. Pero también es muy probable que su nombre haya sido casi olvidado por ser mujer en un mundo de hombres. Resulta precisamente paradójico y revelador que algunas de las mejores críticas que recibiera en vida hicieran referencia a la virilidad de su pincelada como una de sus mejores virtudes...

Es hora de darla a conocer a las generaciones actuales. Es el momento de rescatar del olvido y admirar sus geniales cuadros, tanto los que pertenecen a su primera época -todavía ajustados a los rigores de los cánones de un siglo que agonizaba-, hasta los que imaginó y elaboró cuando su mano se volvió valiente y su pincelada estremecedora.

Sería también extraordinario que por un momento pudiéramos participar de sus pensamientos a través de su pintura, que consiguiéramos ver a través de sus ojos esa Mallorca a la que adoró, con sus piedras, sus paisajes y sus gentes; que pudiéramos participar del entusiasmo por una vida -en ocasiones soñada, y muchas veces terrorífica- apurada hasta sus últimas consecuencias, junto a Juan Sureda, su marido, y al intenso amor que sintió hacia sus hijos.

Es de justicia que ahora le devolvamos parte de todo ese amor que movió su vida y su obra.

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