Joana Romeu, traducció

...] Azules lejanías, caminos floridos, visiones de fiesta popular, y rostros gentiles de niños y de graciosas doncellas se mezclan en las grandes figuras de poetas, literatos y sociólogos, y a la cabeza venerable de su señora abuela quien parece muy contenta de la compañía y con sus cabellos blancos y su mirada serena parece decirnos:



"Sí ... Es ella quien de nuevo nos ha creado, ella la mujer artista, quien ha hecho aún otra obra bien fructuosa: la de mostrar que en nuestra tierra la mujer vive siempre en el artista, como esta esposa y madre ejemplar de catorce hijos. Sí, ella es, la que, pequeña, pequeña y graciosa, con sus ojos inmensos y su cuerpo ondulante de jovencita, ha llenado esta sala de belleza. Ella es la que ha escrutado sin descanso el misterio de los milenarios olivos enigmáticos y monstruosos, de fantasmagoría dantesca, prometiéndonos en días no lejanos el estallido de su revelación".



Así parece decir de la hija, su señora abuela, desde su marco de oro, toda gozosa de las alabanzas que aparenta escuchar devotamente.



[...] debemos agradecerle, entre otras cosas, el habernos hecho saborear en su cuadro "una española" la graciosa belleza de Isabel Sans y Rosselló, distinguida poetisa, reina que fue de los últimos Juegos Florales de Palma, e hija de la notable escritora mallorquina Coloma Rosselló de Sans.


Joana Romeu




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Introducción




No es poca la literatura publicada alrededor de Pilar Montaner. Sobre su enorme espíritu escribieron autores de la talla de Rubén Darío, Unamuno, Azorín, Gabriel Alomar o Eugeni d'Ors, y su capacidad artística fue venerada por algunos de los mejores pintores de la época y por muchos de los que protagonizaron la cultura y el buen saber en ese tiempo extraño que les tocó vivir. Sorolla, Toni Ribas, Anckerman, Rusiñol, Anglada Camarasa, Toni Gelabert, John Singer Sargent, el Archiduque Luis Salvador y todos los que tuvieron voz en la Mallorca de principios de siglos XX admiraron la excelente obra pictórica y los ademanes de esta increíble y menuda mujer.

Pero a diferencia de todos los nombres citados, el suyo no encabeza enciclopedias ni aparece citado en los libros de texto. La explicación tal vez pueda encontrarse en una concatenación de graves problemas personales, que empezó con la ruina sobrevenida de su familia y que se prolongó con la enfermedad y muerte prematura de la mayor parte de sus catorce hijos. Pero también es muy probable que su nombre haya sido casi olvidado por ser mujer en un mundo de hombres. Resulta precisamente paradójico y revelador que algunas de las mejores críticas que recibiera en vida hicieran referencia a la virilidad de su pincelada como una de sus mejores virtudes...

Es hora de darla a conocer a las generaciones actuales. Es el momento de rescatar del olvido y admirar sus geniales cuadros, tanto los que pertenecen a su primera época -todavía ajustados a los rigores de los cánones de un siglo que agonizaba-, hasta los que imaginó y elaboró cuando su mano se volvió valiente y su pincelada estremecedora.

Sería también extraordinario que por un momento pudiéramos participar de sus pensamientos a través de su pintura, que consiguiéramos ver a través de sus ojos esa Mallorca a la que adoró, con sus piedras, sus paisajes y sus gentes; que pudiéramos participar del entusiasmo por una vida -en ocasiones soñada, y muchas veces terrorífica- apurada hasta sus últimas consecuencias, junto a Juan Sureda, su marido, y al intenso amor que sintió hacia sus hijos.

Es de justicia que ahora le devolvamos parte de todo ese amor que movió su vida y su obra.

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Gabriel Alomar, traducció







...] Hay, por de pronto, en sus pinturas, esa inconfundible vibración de alma que parece un mariposeo de la llama personal sobre la indiferencia aparente de la naturaleza. He dicho mariposeo, y ahora me doy cuenta de la pobreza involuntaria de esta palabra. Ponga a la artista ante cualquier forma natural de belleza. Los temperamentos vulgares no sabrían deponer sobre esa forma la proyección de su espíritu. Pero la artista se revela desprendiendo con delicadeza su psiquis y haciéndola mariposa finamente sobre aquellas apariencias, ungidas de infinito, para extraer la belleza que revelará después en la obra de arte, mezclándola con su propia belleza de artista.


Yo diría que con todo y una detenida y refinada educación artística, las condiciones nativas superan aún a las educativas en su personalidad. Ella no ha sufrido el martirio tecnicista de las academias, su alma ha eclosionado como una flor silvestre bajo la luz vivificadora y fecunda de Mallorca, que ella como nadie, ha podido absorber.



Los paisajes tienen una ligereza de gradaciones que los compenetra con la diafanidad donde se sienten inmersos más que discernir acerca de la luz-esa luz mallorquina, tan poco propicia a la sugestiva escala de términos-, diríamos que exhalan luz, como una natural emanación, mejor aún, como una vibración.


Gabriel Alomar, 1917


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Coloma Roselló (traducción)

De La Isla Dorada


[...] También hay que hablar de la dama ciudadana y, sin salir de Valldemosa, puedo hacerlo de una exquisita artista.

 Estos bosques son ajenos a las violetas salvajes que, modestas, se esconden entre el follaje, pero el embriagador aroma las descubre y traiciona.

Así pasa en mi buena amiga Pilar Montaner de Sureda que vive retirada en su palacio, rodeada de una prole que alcanza el número nueve, lejos de el traqueteo mundano, pero que tras haber hablado con ella se adivina la artista de temperamento refinado, de alma elevada, de sencillez incomparable.


Y a todo esto la joven artista, porque lo es joven y lo será eternamente por su figura animada, revoltosa, movediza, permanece casi ignorada por el público de Palma a quien no ha querido confesarse nunca pintora, exploradora del arte que la atrae y la tiene cautiva en lazos que la aprietan y la estiran en fuerte corriente.


[...] Desde el fondo del corazón agradezco a la amiga su amabilidad, y espero que las cultas barcelonesas acogerán gustosas a la artista que, indignamente, presenta vuestra hermana de la Isla Dorada.


Coloma Roselló


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